Me refería en el artículo precedente a que la fuente que alimentaba todo lo que Occidente ha logrado para sí y para el mundo, era el cristianismo, incluidas sus antítesis surgidas de él y que carecen de existencia sin él.
La Ilustración y el mesianismo secularizado que es el marxismo, todo ello era el cristianismo, como fe y como cultura por ella generada. Su progresiva destrucción, primero, y la apostasía social, después, conducen a la destrucción del modelo occidental.
La gran ruptura de la sociedad occidental
La destrucción del cristianismo significa en realidad la ruptura social con Dios. El individualismo desvinculado solo es posible cuando cada sujeto humano y la sociedad como conjunto se entregan a la subjetividad ilimitada de sus deseos y por ello dejan de relacionarse con su Creador. Como escribió Francisco Canal Vidal en Reflexión teológica sobre la situación contemporánea: “Creado a imagen y semejanza de Dios y llamado, por la gracia que le constituye en partícipe de la naturaleza de Dios, a ser feliz en la plena participación de la vida divina”. Y ese camino de construcción de la felicidad, que empieza en este mundo, se rompe
¿Por qué es tan decisivamente grave la ruptura con Dios? No se trata de la desaparición del deísmo, de un ser una fuerza superior más o menos abstracta, ni de una percepción espiritual. Para Occidente significa la ruptura con Jesucristo, quien a mí me ve, ve al Padre, es decir, con una persona real cuya vida y palabra, construyen un acto que recrea la vida humana.
Esto de por sí ya es grave, porque es Él quien ha moldeado nuestra cultura, nuestro modelo de valores y virtudes. Es el cristianismo quien construye la cúpula occidental que permite trabajar juntas a dos culturas en principio incompatibles, la teocrática del Antiguo Testamento y la filosófica de Grecia. Construye la gran transformación sobre la que se asienta Occidente. No es solo Occidente, porque es universal y se inculturaliza en todo el mundo. Pero al igual que la cultura siriaca que recoge el cristianismo griego y le da forma propia, hasta que el Islam por la fuerza de las armas lo reduce a un relicto, el cristianismo occidental, sobre todo como Iglesia latina, da forma a Occidente. Si se le rechaza, nuestra civilización se aproxima a la nada. En eso estamos, porque ningún sistema ha demostrado la mínima capacidad para ser alternativa, ni la razón Ilustrada, ni el cientifismo de la modernidad, por descontado nada ha significado el ateísmo, el intento del materialismo marxista cuyo proyecto colapsa en poco tiempo. Han construido perspectivas parciales, desastrosas en su conjunto, positivas o interesantes en aspectos concretos. Nunca han constituido una alternativa. Solo han servido para erosionar el cristianismo como proyecto global, sin capacidad para generar otro.
La razón es muy evidente. Para su formulación son dependientes de la fuente cristiana, caso de la Ilustración, se inspiran en su relato, pero lo alteran acudiendo a la simpleza de suprimir a Dios del mismo, o lo necesitan y dependen de él para establecer su antítesis. En definitiva, carecen de entidad propia. Por eso la sociedad a la que dan lugar se autodestruye a sí misma por la atomización y la anomía.
Pero siendo importante todo esto, no es lo decisivo. Porque el cristianismo por su propia naturaleza se inculturaliza, forma culturas locales, pero bajo un élan universal, y es precisamente ese espíritu vital lo que ha roto la cultura de la desvinculación.
Y es sobre esa enemistad donde quiero fijar la atención, porque en ella está, todavía más que en la crisis de nuestras raíces cristianas, la causa de la destrucción de la sociedad occidental.
Cuando tantas personas se escandalizan de la incapacidad o falta de voluntad de Europa para dar una mejor respuesta a la tragedia de la inmigración que se aventura a cruzar el mediterráneo, cuando se afirma que esto significa la pérdida de los principios que constituyen la Unión Europea, se olvidan -no todos- que la letra sin el élan vital es cosa muerta, y que esa fuerza del espíritu europeo era un vástago destacado de la visión cristiana de la vida.
Porque el cristianismo es el tensor universal que eleva a la humanidad por encima de la justicia y la ya de por sí difícil reciprocidad. A lo que llama Jesucristo es a “sed pues perfectos como vuestro Padre en el Cielo es perfecto” (Mt 5,48). Y como advierte Guardini esto ya no es “moral”- una moral con el solo recurso humano que lo exigiera seria temeraria- sino que se trata de fe, de fe cristiana, que exige la confianza y el abandono en Dios para su cumplimiento. A medida que el ser humano realiza ese ideal en un proceso de perfeccionamiento personal y colectivo que excede a toda ética, surge una nueva exigencia y realidad moral que quizás nunca acaba de realizarse, pero siempre empuja más allá en el camino de la perfección humana. Ese es el tensor cristiano que han roto. Eso es lo que estamos perdiendo y esta es nuestra tragedia.
No se trata de que la sociedad acristiana, cuando contraria a la revelación cristiana (porque realmente el cristianismo es eso una revelación) no pretenda el bien o la justicia, pero lo entiende solo como un acto proporcionado y reciproco, y al actuar así, bien intencionalmente, termina sin bondad y con poca justicia.
El hombre sin Cristo retrocede ante la grandeza de la exigencia, como escribe Guardini en El Señor, y lo hace limitándola por dos vías distintas. Una preocupándose solo del acto exterior. Califica de malo solo a lo que se ve. Esto es razonable… pero insuficiente, porque la persona es un todo. Toda acción tiene su preliminar que la concibe, fermenta, impulsa y proviene, dice Guardini, de la predisposición del corazón. De nuestra subjetividad. Pero si acogemos en nuestro interior el resentimiento, la desconfianza, el rechazo, el odio, estamos listos, acabados. Si en tu interior albergas algo contra tu hermano, advierte Jesucristo, ya estás obrando mal. Es en la pasión incipiente donde se cuece la acción, y es ahí donde es necesario intervenir. Solo en esta cuestión se hace evidente como es de no cristiana la sociedad actual. Porque eso no lo hacen las leyes, sino la conciencia orientada a Dios. Esta era la causa por la que Tomáš Masaryk, fundador de la República de Checoslovaquia, defendía la importancia de la conciencia religiosa para la vida colectiva, política de los pueblos. Partía del teísmo protestante sin asumir la revelación y la mística cristiana, pero fue capaz de ver el papel decisivo de la conciencia religiosa en la etica y los comportamientos sociales, y cómo la crisis religiosa guardaba relación con la crisis moderna del individuo y la sociedad.
La otra limitación que se introduce en el bien es la aplicación de algo tan formalmente bueno como el sentido común, como subraya Guardini. Hay que ser bueno, pero razonablemente. Hay que amar al prójimo, pero con medida. Hay que tener en cuenta los límites impuestos por los intereses personales. ¿Quién puede cuestionar esta concepción? Pues ella es el fundamento de la incapacidad europea para afrontar el drama inmigratorio. Pero el Señor contesta: esto no basta… Si quieres ser bueno únicamente cuando encuentres bondad no sabrás corresponder siquiera a ella. El hombre que solo quiere justicia no es capaz de realizarla. Solo será justo ante Dios si se eleva a un plano superior, más elevado que el de la justicia. Estamos tratando del amor, el fundamento cristiano.
En nuestro tiempo, y es coherente con la cultura dominante que así sea, la palabra amor es confusa. Por esta causa es necesario precisarla. Se trata del amor de donación aquel que persigue el bien del otro, sin esperar nada del otro, incluso cuando este persigue su mal. Esa es la naturaleza del gran tensor cristiano. Y esto es obvio que no puede funcionar con leyes, necesita algo más. Y es una de las razones básicas por las que la Iglesia y el cristianismo no pueden confundirse con un orden social concreto. El amor no se legisla, y nace de Dios. Sin Él se convierte en un subproducto, una parodia emotivista, se confunde con el deseo. Es lo que ahora sucede, porque El amor está por encima de la mera “justicia (El Señor 1963. II, I, 144)
Por esta razón, cada vez que Europa se ha apartado de sus mandatos sus hombres y mujeres han sufrido, al igual que cada vez que ha sido traicionado. Cuando ha inspirado la acción, hemos progresado en cuerpo y alma, como sucedió en la última posguerra europea. Claro que nunca será un proceso perfecto, no existe tal cosa en lo secular, pero sí que siempre será mejor, y de eso se trata.
Europa, país por país y en su conjunto, necesita recuperar el horizonte de sentido y el tensor cristiano para conseguir un cuarto renacimiento (Carolingio y Otoniano en los siglos IX y X, la Reforma católica del siglo XV y la renacentista del XV y XVI, y la reconciliación y reconstrucción del siglo XX). De la misma manera que el impulso otoniano sucedió con un breve intervalo al carolingio, una nueva proyección surgida de la recuperación del élan cristiano debe salvar del hundimiento el actual orden europeo.
De esta ruptura surgen y se ramifican otras más que dan lugar a la multiplicación de nuevas las crisis y a su acumulación, con las anteriores no resueltas. Como las que origina la manipulación genética, la perspectiva de género en sus derivadas confrontadas de feminismo de género, e identidades de género LGBTI+. No son las únicas. La destrucción del significado del trabajó en la edificación humana, el transhumanismo y su consecuencia, el posthumanismo, la identidad digital y la corporeidad, el libre albedrío y la Inteligencia Artificial, la robótica, el dominico y control de la información personal a escala global y la capacidad para tratar los datos. Todo esto son amenazas que han surgido al utilizar el progreso técnico sin el tensor y horizonte de sentido cristiano