El papa Gregorio XI, en los inicios del año 1574, pidió al rey Felipe II que se proclamara como rey de Túnez, a Juan de Austria. La contestación fue denegada, asegurándole al papa que todas sus acciones serían premiadas.
Indudablemente Felipe II no confiaba completamente de su hermano, tras la batalla de Lepanto y la conquista de Túnez el trato entre los hermanos se volvió más áspero. D Juan ante la idea de conquistar Inglaterra, proyectaba atacar las islas, deponer a la reina y casar con su prima, María Estuardo, este plan contaba con el apoyo del papa y los católicos ingleses. Hubo otro planteamiento sobre la posibilidad de un matrimonio con la propia reina Isabel de Inglaterra, pero Felipe no apoyó la operación declarando su negativa y envió a don Juan a Flandes, influenciado sin duda por su consejero Antonio Pérez, que le hizo entender que el auténtico interés de su hermano era reinar en España.
Juan de Austria no fue apoyado intensamente, por las intrigas que se sucedían en la corte contra él, organizadas por Antonio Pérez, secretario de Felipe II. Él se sintió abandonado y sin medios (pedía hombres y dinero, pero no le llegaban con la premura que solicitaba) en la última etapa de servicio a su rey y a España. El 1 de octubre de 1578 fallecía en Namur, a la edad de treinta y un años tras una vida cargada de victorias militares, designó como gobernador de los Países Bajos a Alejandro Farnesio, decisión ratificada posteriormente por Felipe II.
La realidad indiscutible es que Felipe II, descubrió después de morir su hermano, la trama y mentiras que hizo desconfiar de él, por culpa del confabulador Antonio Pérez, dándose cuenta de que D. Juan siempre había sido leal. Cuando llegó el cuerpo de D. Juan a España, lo recogió con desaliento y le enalteció con honras reales, estableciendo que su cadáver descansara junto a los de su padre, el emperador Carlos, en el monasterio de San Lorenzo del Escorial.
Por último, hay que señalar, que, aunque se le consideró como miembro de la familia real, no fue considerado por su hermano como infante de España, ni el tratamiento de “Alteza”, aunque si fue tratado como “Excelentísimo”.
La trayectoria militar brillantísima, la más reconocida y laureada, de Álvaro de Bazán y Guzmán, finalizaría con el proyecto de invadir a los ingleses.
El granadino planificó la invasión británica convenciendo a Felipe II, en enero de 1586, de armar una gran flota “La Armada Invencible” y la inició preparándola en Lisboa, que como es sabido en esas fechas, Portugal, estaba unida a las Españas.
El marino español, intentó acabar con los incesantes agravios de Inglaterra con este desempeño de invasión. A los tres meses aproximadamente y después de los traidores de la corte y los espías extranjeros, se supo de las intenciones de lo que se preparaba. Total, que el proyecto de esa gran armada se fue estropeando en el inicio, desde que mangonearon otros asesores con poder. El almirante se resignó de que se le iba dejando en un segundo plano, pues se le indicó para que se hiciera cargo de transportista de los tercios emplazados en Flandes.
En ese anhelante plan se dispondría de unas 770 naves y unos 100.000 hombres, pero todo se truncó cuando el 9 de febrero de 1588, el tifus acabó con la vida de D. Álvaro. Jamás conoceremos el fin de esa invasión, si hubiera vivido y dirigido la operación el ilustre marino.
El desastre de “La Armada Invencible”, dirigida por Alfonso Pérez de Guzmán, Duque de Medina Sidonia, hombre sin conocimientos marinos, hizo que esa inmensa afrenta de miles de marinos y barcos naufragados en las costas inglesas e irlandesas, no recayera y pasara a la historia de este insigne almirante español.
Es obligación de cada uno de nosotros transmitir los acontecimientos históricos, con el fin, de que las nuevas generaciones conozcan su historia y aprendan de ella para el futuro.