Los cristianos cada vez tenemos más difícil votar con plenitud, convencidos de que con nuestro voto apoyamos una opción política que nos representa de una manera no perfecta, pero sí satisfactoria. Votamos como muchos “contra”; mal asunto, o como mal menor; penosa situación, o simplemente muchos no votamos, lo hacemos en blanco, más específicamente votamos nulo. Lo que es seguro es que salga lo que salga, pasado el 28 no se configurará una respuesta en la que podamos reconocernos si somos cristianos y asumimos que la ideología secular, sea la que sea, no puede colonizar a la fe y convertirla en un instrumento de poder partidista.
Al día siguiente, por tanto, constataremos que los cristianos no tenemos quienes nos representen razonablemente bien. No podemos apostar por el aborto y la eutanasia en nombre de una, además incierta justicia social, y no podemos defender el aborto y oponernos a la deshumanización de la doctrina de género a base de considerar “enemigos” a todos los demás. Esta no es la mirada de Jesucristo, como reitera Romano Guardini en “El Señor”.
También deberemos asumir, porque la vida continua, que tal y como ha mostrado la campaña electoral esta es una sociedad que vive bajo el peso de crisis crecientes que se acumulan, sin que los partidos actuales aporten respuestas razonables. Más bien son como una especie de bazar de “todo a 1€” donde cada uno nos intenta convencer regalándonos cosas y sobre todo desprestigiando a todos los demás, en lugar de desplegar un debate racional sobre las divergencias en los diagnósticos para construir soluciones viables.
Los debates nos han mostrado el bajo nivel de los liderazgos, y como a pesar de saberse controlados engañan con mentiras y medias verdades. Ha sido una vergüenza. Y la solución, obvio es, no radica en el “sí, pero el otro más”.
Es imperativo que profundicemos en la reflexión del papel de los cristianos como colectivo, es decir en los mismos términos que rezamos el Padre Nuestro, sobre el porqué de la ausencia de nuestras propuestas en la vida pública, en las instituciones.
Esta reflexión concierne a los cristianos de fe que intentamos vivir como tales, y también a los que, careciendo de la gracia de la fe, se constituyen en cristianos de cultura y de moral porque reconocen su importancia en la configuración de los valores de nuestra sociedad y de sus instituciones.
Pero nuestra reflexión también alcanza a todas las personas de buena voluntad, porque una gran parte del problema y de las crisis nos afecta a todos.
De todas ellas una es determinante: la crisis de la política, los partidos y las instituciones. Es decisiva porque todo ello configura el instrumental que permite abordar colectivamente los problemas de este rango, y si el instrumento funciona mal, los problemas, necesidades y retos, se resuelven de la misma forma.
De aquí que la primera reflexión se dirija a todos, porque hace referencia al grave déficit democrático bajo el que vivimos
Y es que no se trata solo de a quién votar, sino de en qué condiciones votamos.
Una sencilla pregunta resume la gravedad de la situación: ¿Cuántas veces alguien de nosotros ha hablado con algún diputado de su circunscripción, o él se ha dirigido a usted en los últimos años?
Pues sin este mecanismo activo la democracia representativa es una ficción, un contrato en blanco.
Y es bajo esta ficción en la que vivimos, y la representa la fama, como funcionan los actuales grandes partidos.
Y es que la democracia ha degenerado en partidocracia: los partidos se constituyen en un fin en sí mismos y se distribuyen el poder. Sus disputas son disputas por el poder y no por el bien común, por nosotros.
No cumple con su función esencial en una democracia representativa, porque sin ella no existe tal representación: ser instrumentos para canalizar la opinión, las demandas, las necesidades de los ciudadanos, ordenarlas, racionalizarlas, organizarlas a fin de establecer debates y soluciones racionales. Pero los partidos y los diputados no funcionan así. En buena parte es también culpa nuestra porque no lo exigimos. Nos conformamos con votar cada cuatro años, pero eso no es democracia de representación.
Todo esto sucede sobre todo por cuatro razones:
Una ley electoral basada en listas cerradas y bloqueadas que desincentiva toda relación con el electorado, porque lo importante es la relación con quienes establecen las listas del partido y el orden de los nombres. Y así se llega a una maligna paradoja. Legalmente el diputado no obedece a ningún mandato imperativo; en la práctica se limita a obedecer al partido. Y esto es una anomalía democrática
Un segundo problema es la ausencia de la transparencia. Una vez más el cheque en blanco. Las leyes que se han establecido en este sentido no funcionan por una causa principal: los gobiernos son juez y parte, y los parlamentos no cumplen bien su función de velar por las peticiones de los ciudadanos, y todo se remite a una instancia, el Defensor del Pueblo sin capacidad imperativa.
Tan grave o más es la falta de rendimiento de cuentas a la sociedad, el ejercicio de la public accountability, y esta es la tercera razón.
Finalmente, la condición necesaria: el desinterés de la gran mayoría por la vida pública para organizar nuestro punto de vista. En otros términos más precisos: la democracia representativa falla y el sistema está en crisis, porque falla la democracia de participación. Y esa es la que hay de construir, y esa debe ser la primera razón para construir un reagrupamiento cristiano, junto con la segunda: la de llevar a los cristianos y a su concepción, que surge de la doctrina social de la Iglesia a la vida pública.
Necesitamos:
- Una regeneración democrática que empieza en la elección por parte de los ciudadanos del diputado de su circunscripción, sin merma de la proporcionalidad
- Una legislación general que garantice en mayor y mejor medida la democracia interna de los partidos y los derechos de sus afiliados por instancias externas a los mismos.
- Autoridades independientes que validen la consistencia de los programas electorales en relación con las propuestas y las cifras que las avalan.
- Proyectos de ley racionales conocidos antes de su debate parlamentario, que están acompañados de memorias explicativas de su aplicación. El cómo, el cuándo, el cuánto, y el qué.
- Autoridades independientes para hacer efectivo el rendimiento de cuentas públicas.
Si no se hace así nuestra democracia está malograda y continuará degradándose. La respuesta no vendrá de entrada de los partidos, convertidos en simples organizaciones que compiten por el poder para sí.
Los cristianos, especialmente maltratados en nuestra representación política, tenemos que promover decididamente este movimiento renovador, la importancia del cual va mucho más allá de las presentes elecciones.
Tenemos que organizarnos para promover la democracia de participación y el ejercicio de la responsabilidad pública.
Esa es una primera reflexión. Falta la segunda. la agenda más específicamente cristiana. Será el próximo día.
1 Comentario. Dejar nuevo
El escrito tiene su interés, y ello sería lo bueno si fuese así. A la mayoría, el 29 de abril, lo que le interesa es si las pensiones se van a mantener o subir; si le van a subir la luz, el gas, etc.; si le van a subir el salario, etc. Por eso, en mi opinión, es muy importante el votar a una opción u otra: dependerá de ello el que no se legalice la eutanasia; el que, tal vez, no se cuente con los votos de los nacionalistas/independentistas; el que, como padre, pueda elegir el colegio que yo quiera, etc. , etc. Lo que hay que aconsejar al católico, a aquella gente de buena fe, en mi opinión, es decirle claramente: usted puede votar a este partido, por ser el mejor, ya que defiende los siguientes principios o valores. Lo demás sobra todo, porque por lo general no se pone interés en otras cosas, porque, a veces, no le interesa.
Ningún partido merece ser votado. Pero, al menos, hay que votar a uno, al mejor, sino ganará el más alejado de mis principios, de mis valores.