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20 años sin Juan Pablo II (y 2)

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Su doctrina socioeconómica

Aunque los fundamentos de la Doctrina Social de la Iglesia en el orden económico ya aparecen en la Sagrada Escritura, en los Padres de la Iglesia, en la escolástica y sobre todo en Rerum Novarum y Quadragesimo Anno, san Juan Pablo II profundizó en estas enseñanzas, subrayando la necesaria sumisión de la economía a la moral objetiva.

En su encíclica Laborem Exercens, establece con rotundidad el indebido señorío del capital sobre el trabajo, y por lo tanto la injusta subordinación del trabajo a los medios de producción. El trabajo no es una mercancía y debe convertirse en principio rector de la vida económica. Y el dinero, mero instrumento de la producción, debe someterse a la superioridad ontológica del trabajo sobre el capital. Estos principios aplicados a la economía supondrían una auténtica revolución.

La propiedad solo es legítima cuando cumple una función social, cuando sirve al trabajo y hace posible el destino universal de los bienes. San Juan Pablo II enseña que la propiedad se adquiere ante todo mediante el trabajo, de manera especial la propiedad de los medios de producción, de tal manera que el trabajo debe ser primer actor en la gestión y los beneficios de la empresa. San Juan Pablo II ha proclamado explícitamente lo que muchas veces estaba expresado solo implícitamente.

Nadie se acuerda de esta encíclica. Algunos porque les hace la competencia y se demuestra que la justicia social fue antes afán cristiano que socialista. Y otros porque les recuerda que han estado toda su vida sirviendo a ideales equivocados, incompletos o incoherentes.

Su segunda encíclica social es Sollicitudo Rei Socialis (1987). Está dedicada al subdesarrollo de los pueblos, que tantos discursos le ocuparon en sus muchos viajes al «Tercer Mundo». Aquí denunció la responsabilidad directa y grave del imperialismo en la pobreza de tres cuartas partes del mundo. Negó la equiparación entre «progreso ilimitado y desarrollo» porque el verdadero desarrollo no es solo material sino también moral. Defendió el Bien común, no solo en el ámbito nacional sino internacional. Señaló las obligaciones de las naciones más ricas hacia las pobres, y denunció los privilegios injustos que conducen a un desequilibrio internacional en el sistema comercial, monetario y financiero, que deben orientarse al servicio del hombre, buscando el destino universal de los bienes y la función social de la riqueza (Sollicitudo rei socialis, n. 42)[14].

Su última encíclica social es Centesimus Annus (1991). Si el capitalismo privado impide la universalización de la propiedad, el comunismo se ha convertido en otro capitalismo, esta vez de Estado, que niega la propiedad privada y, por lo tanto, el derecho de los trabajadores al fruto de su trabajo, y a su libertad e independencia económica.

Defendió el papel fundamental del Estado en la vida económica con una intervención directa (principio de solidaridad) e indirecta (principio de subsidiariedad) en orden al Bien común. El Estado debe ejercer un control sobre el mercado, porque tiene la obligación de servir a las necesidades de todos y evitar la opresión. Por encima de la lógica económica de los intercambios comerciales y la libertad de empresa está el derecho de todos a sobrevivir y participar en el Bien común de la humanidad.

Enseñó que el sistema capitalista no es alternativa al socialismo ni la única forma posible de organizar la economía. El capitalismo es incapaz de asegurar la participación de todos, hombres y pueblos, en los bienes del mundo en condiciones básicas. Un sistema económico que trae marginación y explotación merece la denuncia y el rechazo. Por eso san Juan Pablo II enseñó que es legítima la lucha contra un sistema económico que supone el predominio absoluto del capital (vid. Centesimus Annus, n. 35b).

Rechazó finalmente el consumo irresponsable como un atentado a la función social de la riqueza, que no tiene en cuenta la comunicación de bienes con los pobres. Y condenó la destrucción del medio ambiente como un desprecio a la naturaleza y al bien heredado por nuestros mayores, aunque recordó que, en la jerarquía de males, ocupa un lugar superior la supervivencia de estructuras de convivencia social inhumanas y pecaminosas.

Un Papa gigante

San Juan Pablo II ha dedicado también su magisterio a explicar el dogma riquísimo de la Iglesia, ha dedicado una encíclica a cada una de las divinas Personas de la Santísima Trinidad, a las raíces cristianas de Europa, a la Madre de Dios, a las misiones, a la moral cristiana, a la vida y la dignidad del ser humano, a la compatibilidad entre fe y razón y los fundamentos racionales de la fe, y a la santa Misa y la presencia misteriosa de Dios en la Eucaristía.

Mil veces condenó el aborto, la eutanasia o el divorcio. Mil veces defendió al embrión de la manipulación genética, de los experimentos o de la congelación. Mil veces defendió la dignidad del acto conyugal frente a la fecundación «in vitro» y la inseminación artificial. Mil veces bendijo la familia como primera escuela y como Iglesia doméstica, fuente del amor y de la fe necesaria para la felicidad humana y la salvación eterna.

Fundó las Jornadas Mundiales de la Juventud y los Encuentros Mundiales de las Familias. Especialmente importante fue su esfuerzo ecuménico. Pero el ecumenismo, explicó en el documento Dominus Iesus, no consiste en una especie de relativismo con respecto a otras religiones como si todas tuviesen el mismo valor. Y añadió: sólo la Iglesia de Cristo es camino de salvación.

Con extraordinaria visión geopolítica, se opuso a la invasión estadounidense de Iraq. También fue muy sensible con la persecución religiosa que sufrió la Iglesia española entre 1931 y 1939, la mayor persecución de toda la historia, revitalizando las canonizaciones de los mártires de la persecución marxista.

Condenó la influencia marxista en la Teología de la Liberación, y las herejías de Hans Küng, Leonardo Boff, Bernhard Häring y otros. Excomulgó al obispo cismático Marcel Lefebvre. Defendió la tradición eclesiástica del celibato en los sacerdotes, y reafirmó la tradición apostólica de la ordenación sacerdotal solo para varones.

San Juan Pablo II fue también un enamorado de España, tierra de María. En una escala en Zaragoza, camino de América, celebró la fiesta de la Hispanidad y rindió homenaje a su patrona, la Virgen del Pilar, agradeciendo a España sus incontables servicios al Evangelio de Dios. El Papa recordó a los 18.000 españoles misioneros de la Iglesia por todo el mundo, un dato que concede a nuestra Patria el honor de ocupar el primer puesto mundial. En sus viajes a Hispanoamérica no dejó que ensalzar la deuda de la cristiandad con España, que sembró la semilla de Cristo como nadie por todo el orbe.

Su devoción hacia la Virgen María fue apasionada. Desde joven llevaba el escapulario de la Virgen del Carmen. Introdujo los misterios luminosos del Santo Rosario, y proclamó el «Año del Rosario» (2002-2003) para revitalizar esta oración como «un tesoro que debe redescubrirse».

San Juan Pablo II ha sido un Papa providencial, enamorado del Señor, de la santísima Virgen, de la Iglesia, de España, y de los más pobres. ¡Gracias por tu ejemplo!

[14] «Los bienes de este mundo están originariamente destinados a todos. El derecho a la propiedad privada es válido y necesario, pero no anula el valor de tal principio. En efecto, sobre ella grava una hipoteca social, es decir, posee, como cualidad intrínseca, una función social fundada y justificada precisamente sobre el principio del destino universal de los bienes» (JUAN PABLO II, Sollicitudo rei socialis, n. 42).

20 años sin Juan Pablo II (1)

Fue muy sensible con la persecución religiosa que sufrió la Iglesia española entre 1931 y 1939, la mayor persecución de toda la historia, revitalizando las canonizaciones de los mártires de la persecución marxista. Compartir en X

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