Un reciente informe publicado en Canadá ha revelado una realidad estremecedora: 150 bebés nacieron vivos tras intentos de aborto fallidos entre 2023 y 2024. Esta información, extraída de la Discharge Abstract Database (DAD), administrada por el Instituto Canadiense de Información Sanitaria (CIHI), pone de manifiesto un vacío legal y ético que ha comenzado a generar una creciente preocupación en sectores sociales y religiosos del país.
Según el informe, 112 de estos nacimientos ocurrieron entre las 20 y 24 semanas de gestación, un periodo que en muchos países ya se considera el umbral de viabilidad del feto fuera del útero.
Los 11 nacimientos restantes, excluyendo datos de la provincia de Quebec, se produjeron entre las 25 y más de 29 semanas de gestación, un estadio en el que las probabilidades de supervivencia con atención médica adecuada aumentan significativamente.
Sin embargo, no hay datos claros sobre si estos bebés nacidos vivos recibieron atención médica alguna, fueron ingresados en cuidados intensivos neonatales o simplemente fueron dejados morir.
La ley reconoce a los bebés nacidos vivos… pero ¿y la práctica?
La legislación canadiense, a través de la Sección 223(1) del Código Penal, reconoce que un ser humano lo es en derecho «cuando ha salido completamente, en estado vivo, del cuerpo de su madre».
A partir de ese momento, se considera legalmente una persona con los mismos derechos fundamentales que cualquier otro ciudadano canadiense, incluyendo el derecho a la vida, la libertad y la seguridad, tal como lo establece la Carta Canadiense de Derechos y Libertades.
Sin embargo, a pesar de este reconocimiento legal, no existen leyes específicas que protejan a los bebés nacidos vivos después de abortos fallidos. Esto genera una contradicción flagrante: el derecho a la vida se reconoce teóricamente, pero no hay garantías prácticas de que se respete en estos casos.
Un estudio realizado en Quebec en 2024 reveló que más de uno de cada diez abortos en el segundo trimestre resulta en un nacimiento vivo, pero que solo el 10 % de estos bebés sobrevive más de tres horas.
Además, apenas el 24,5 % fueron admitidos en unidades de cuidados intensivos neonatales y solo el 5,5 % recibió cuidados paliativos, lo que indica una negligencia sistemática ante vidas que, legalmente, deberían haber sido protegidas.
¿La frontera entre el aborto y el infanticidio?
En el debate público canadiense, la línea entre aborto e infanticidio se ha vuelto cada vez más borrosa. Algunos sectores pro-aborto han llegado a sugerir que el infanticidio podría considerarse como una forma de aborto tardío.
Ejemplos inquietantes han reforzado esta preocupación. En 2011, un juez de Alberta argumentó que el infanticidio era comprensible como una respuesta emocional ante las “demandas agobiantes” de la maternidad.
Más recientemente, declaraciones como las de la diputada liberal Hedy Fry en 2024, que insinuó que los “riesgos para los recién nacidos” aumentan cuando se restringe el aborto, han sido vistas por críticos como un intento de justificar la falta de protección para los nacidos vivos tras abortos fallidos.
Estas posturas muestran no solo un relativismo ético alarmante, sino también una desvalorización absoluta de la vida humana cuando esta resulta inconveniente o no deseada.
¿Una urgencia moral y legal?
Desde sectores provida se insiste en que Canadá necesita urgentemente legislación que garantice cuidados básicos y respeto a la vida de los bebés que sobreviven a un aborto.
La situación actual deja en manos del personal médico la decisión de intervenir o no, lo cual abre la puerta a decisiones influenciadas por ideologías antes que por principios éticos y humanitarios.
Estos datos son : son un clamor silencioso que exige justicia, compasión y acción legislativa.
En palabras del Papa Francisco: “Descartar una vida humana es como tirar una joya preciosa. Cada niño es un don de Dios.”
Es hora de que Canadá enfrente el costo humano de su permisividad legal y dé un paso decisivo hacia una cultura que realmente proteja la vida.
1 Comentario. Dejar nuevo
“Algunos sectores pro-aborto han llegado a sugerir que el infanticidio podría considerarse como una forma de aborto tardío.”
Por supuesto que es así. No hay diferencia alguna entre que el bebé esté dentro o fuera del cuerpo de la madre. Se trata de la misma persona. Que para justificar el infanticidio lo llamen “aborto tardío” es una falacia más entre las pergeñadas para intentar bonificar el aborto voluntario. Claro que, ya puestos a soltar estupideces, también podrían calificar como aborto tardío el hecho de desembarazarse de un adolescente díscolo y molesto echándolo a la calle por la ventana de un décimo piso.
Esta gente, tan progresista y feminista ella, se ha encontrado, gracias a estos abortos fallidos, con lo que realmente significa el verbo “abortar”, que no es interrumpir un embarazo, sino matar a la persona que es el sujeto agente que lo hace efectivo. Todo lo demás son mejunjes ideológicos de baja estofa que a estas alturas no debería haber nadie en su sano juicio que se los tragase. Por desgracia, no es así, pero casos como los tratados en este excelente artículo, en que la vida espontanea se muestra más fuerte que la muerte provocada, puede que vayan despertando conciencias aletargadas por las toxinas pseudo-feministas.