Entre los pieles rojas del Canadá
Torturas, martirio y mucho más es lo que nos ofrece el libro Entre los pieles rojas del Canadá, que explica la historia de la misión de los hurones y de sus misioneros, los ocho santos mártires canadienses de la Compañía de Jesús.
Como explica Pablo Ginés en Religión en Libertad, las historias de los jesuitas entre los indios hurones e iroqueses son contundentes, basadas directamente en las cartas detalladas que los jesuitas escribían desde América, que se leen como una novela… a veces de terror.
Isaac Jogues y las torturas iroquesas
El padre Isaac Jogues, que estuvo preso 13 meses entre los iroqueses en 1642, describe cómo vio a éstos asar a fuego lento a unos niños pequeños de tribu algonquina delante de sus madres, que suplicaban que los remataran. A él mismo, nada más apresarlo, los iroqueses le destrozaron casi todos los dedos: a mordiscos, o machacándolos, o arrancándole las uñas o haciendo que otra india prisionera le cortara las falangetas con un cuchillo romo.
Durante su año como esclavo, Jogues consiguió bautizar a escondidas a unos 70 indios cautivos de los iroqueses, muchos de ellos justo antes de ser quemados, torturados y asesinados por sus captores. Aunque le trataban muy mal, se consideraba satisfecho pudiendo bautizar y evangelizar a otros esclavos. ¡Nadie más podía hacer evangelización ninguna en territorio iroqués! Y aprendía el idioma. Pero llegó un momento en que pareció que le iban a matar y se las arregló para escapar con la ayuda de un comerciante holandés.
Jogues volvió a Francia y consiguió un permiso de Roma para oficiar la misa con sus manos mutiladas. El Papa Urbano VIII lo concedió diciendo: “Sería indecoroso que un mártir de Cristo no pudiera beber la sangre de Cristo”.
La reina madre en Francia, Ana de Austria (la de Los Tres Mosqueteros, que era española, de Valladolid, y madre de Luis XIV, el “Rey Sol”) se entrevistó con el sacerdote y al conocer sus desventuras proclamó: “Diariamente se publican novelas que no son más que vanas mentiras; aquí tenemos una que de verdad ha sucedido en la que lo maravilloso se hermana con el más estupendo heroísmo“.
Volver a la misión
Isaac Jogues volvió a Canadá en 1644 y ayudó, con su dominio del idioma y de la cultura india, a pactar la paz de 1645 entre los hurones y los belicosos iroqueses.
En 1646 fue enviado a territorio iroqués para intentar fundar una misión aprovechando la paz, pero los iroqueses habían vuelto a su habitual violencia y acusaban a los “mantos negros” (jesuitas) de extender enfermedades y plagas en los cultivos. Lo devolvieron al pueblo donde ya había sido esclavo tres años antes y lo volvieron a torturar: le cortaron un trozo de carne de sus brazos y hombros y se lo comieron ante sus ojos. Finalmente, el 18 de octubre le hundieron un hacha en la cabeza. Luego se la cortaron y la clavaron en una lanza en la empalizada. Al día siguiente hicieron lo mismo con su compañero, el laico Jean de La Lande.
Las crónicas jesuitas explican que esa tribu en concreto, los mohawis, se haría cristiana 20 años más tarde y que el que asesinó al padre Jogues “cayó mucho después en manos de los algonquinos que le quitaron la vida; pero antes de morir se convirtió y murió manso como cristiano”. Así, el asesino y el mártir se encontrarían en el cielo.
Esta y otras historias de película son las que puedes encontrar en este magnífico libro.